martes, 15 de septiembre de 2009

LUIS CORVALAN CELEBRÓ EN FAMILIA SUS 93 AÑOS



Luis CorvaLán agradece con un brindis el cariño de su familia



Lily, la hija mayor hace un brindis, junto a Rodrigo y Ruth



Y al frente de todo como siempre, la abuelita Lily



María Victoria la hija menor



Adela junto a su tata Lucho



Don Lucho sopla, fuerte, rápido y preciso la torta que trae Vivy



Un brindis para que Luis Corvalán llegue a los 100 años y los supere

lunes, 14 de septiembre de 2009

LUIS CORVALAN CELEBRA SUS 93 AÑOS, VIVITO Y COLEANDO



DON LUCHO
LE DESEAMOS FELIZ 93
CUMPLEAÑOS
COLECTIVO MEMORIA AMARANTO
le adjunto el saludo del Colectivo Memoria Amaranto
para Don Lucho en el cumplimiento de sus 93 Años.
La tarjeta respectiva y firmada por los amarantos
se la hará llegar el compañero Mario Urzúa.
Saludos y un abrazo.
Oscar Dante Conejeros E.



FELIZ CUMPLEAÑOS 93 QUERIDO DON LUCHO:

Estimado Compañero Luis Corvalán:

La Redacción Latinoamericana de La Voz de Rusia (la otrora Radio Moscú) le felicita a Ud. en el día de sus cumpleaños.

Lo conocemos a Ud. como un gran patriota y revolucionario siempre fiel a sus ideales.
Le deseamos a Ud. mucha salud y muchos años de vida.
Nuestros saludos cordiales a toda su familia formidable.

Leonard Kosichev.



Familia querida,
comenzamos el rodaje de un cortometraje
con un equipo guerrero en la marcha de hoy.
lo dirije la nieta.
abuelos, siempre están conmigo.
para mis abuelos.....

ADELA

domingo, 13 de septiembre de 2009

LUIS CORVALAN CELEBRA 93 AÑOS ESTE LUNES 14 DE SEPTIEMBRE



Tata,
mi querido bisabuelo:

Te cuento que con mi papá,
tu nieto Diego Corvalán
y mi mamá Mariel Henry
iremos a verte en noviembre y...
así podré conocerte.

Ellos irán con su novedoso dúo
"quen i tocan "
para cantarte muchas canciones
y la del conejo para el tío.

Tu primera bisnieta
que te adora
y espera ser regaloneada
Numa Tlaneci



Mi querido Bisabuelo:
Toi pensando seriamente
en ser el deportista de la familia
y como tu fuiste un gran wing izquierdo
me estoy probando como futbolista



Aunque también me hago notar
como choro y pinchador porteño
tu primer bisnieto

Emiliano



Tata Lucho:

Estoy feliz de tener
un abuelito tan lindo y famoso.
Por eso te mando mi mejor sonrisa


en vísperas de tu cumpleaño 93
tu nieta más chica y preferida
con una broma china

Catalina



Papá:
Este 11 en la noche volví al Estadio Nacional
y puse unas velitas pensando en mi hermano Luis Alberto
puchas que lo he echado de menos
pero siento que él siempre me ha acompañado
y me ha ayudado en los momentos mas difíciles
te adoro y me siento orgullosa de ser tu hija

Mavi



Don Lucho:
Sus vecinos molestosos
también le saludan cordialmente
y esperan ser invitados a su fiesta
con cariño
Ro, Mavi, Iri, Cata, Matuco



Tata:
Yo también soy tu vecina y nieta
y te mando mis buenas vibras
es que ese almuerzo taba con mi Carlitos
Julieta


Don Luis:
También lo saludo en sus 93
sé que soy el más pesado de todos
en un mundo de puros simpáticos
pero igual me la juego
y algo salvo

Su vecino Ro


Tata Lucho:
Te mandamos este brindis
porque sigas teniendo una salud de hierro
para que sepas que te queremos
y estamos orgullosos de ti
Ruth y un grupo de amigos



Querido Lucho,

Te mando una foto que les saqué en tu departamento de Moscú
un día que nos invitaste a almorzar contigo.
Me parece muy linda, espero que te guste.

Que lastima que vivamos tan lejos,
nosotros en Con Cón y tu en Santiago,
tengo la impresión que cuando vivíamos en Francia
y veníamos por estos lados nos veíamos mucho más.

Recibe todo nuestro cariño al igual que Lili.

Alejandra y Patricio Manns

miércoles, 9 de septiembre de 2009

ISLA 10 UNA PELICULA BASADA EN DAWSON, CON UN POCO DE MALA MEMORIA



Finalmente el libro de Sergio Bitar, ISLA 10, se transformó en película y Miguel Littin, con ayuda brasilera y venezolana, puede mostrar al mundo una nueva obra.

Es bueno que se hagan este tipo de películas, pero sería mejor que se respetará el rigor histórico y la validez de todos los personajes, sin excluir a algunos que también se la jugaron y que extrañamente no aparecen, quien sabe quizás por qué razón.



Sergio Bitar, ministro de Obras Públicas y ministro de minería del gobierno del presidente Allende al momento del golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, destacó el significado de la película ISLA 10 y agradeció la presencia de los detenidos dawsonianos sobrevivientes.



Sergio Bitar saludó a Luis Corvalán y destacó la actitud del Secretario General del Partido Comunista al momento del derrocamiento del gobierno de la Unidad Popular, en Dawson y dijo que había aprendido de él, anotar las cosas porque había llegado con un discurso escrito de forma responsable, como lo hicieron los comunistas en aquel período.



Al término de la película, la Presidenta Bachelet saludó a Corvalán y departió con él algunos minutos.
El veterano dirigente comunista se apresta a celebrar sus 93 años, el próximo 14 de septiembre y concurrió como otras 1.600 espectadores al cine de calle Huérfanos a departir brevemente con su ex compañero de campo de concentración y su profesor de francés en Isla Dawson, el autor del libro ISLA 10



El diario EL MERCURIO señaló hoy que Bitar dijo que "Es la primera vez que la veo y me ha emocionado. También me ha sorprendido cómo los guiones son distintos de los libros. Me ha puesto muy contento que no haya un protagonista, sino que se cuente la historia del conjunto, el protagonista son todas las personas", agregó.

"Bitar, interpretado por Benjamín Vicuña, es el narrador de la película, testigo de la violencia pero también de momentos más distendidos, como la reconstrucción de una iglesia o una celebración navideña. José Tohá, Orlando Letelier, Clodomiro Almeyda, Osvaldo Puccio y Arturo Girón son personajes del filme que se combinan con militares ficticios como el severo teniente Labarca interpretado por Cristián de la Fuente".



Corvalán se encontraba acompañado de su hija la periodista María Victoria, que lamentó que el film haya obviado la presencia de comunistas, ya que no figuran ni su padre (Isla 2), ni el subsecretario del interior Daniel Vergara (que fue herido a bala en la isla), ni el ministro de economía, José Cademártori o el rector de la Universidad Técnica del Estado, Enrique Kirberg.

En Dawson, Corvalán fue el único prisionero que fue entrevistado por un medio de prensa internacional, por Alberto Prado, periodista de la revista VISAO, durante una visita de la Cruz Roja Internacional y de una delegación de diputados alemanes.

Esa conversación dio la vuelta al mundo, sobre todo con esas palabras que han sido consideradas históricas, porque mostraban la dignidad de quienes eran sometidos al permanente vejamen y que estaban en constante peligro.

AMO LA VIDA, PERO NO LE TEMO LA MUERTE, SI HE DE MORIR POR UNA CAUSA JUSTA, dijo.



Corvalán recuerda que junto a ISLA 10, de Sergio Bitar, también otros escriben sobre el tema, como ser DAWSON, de Sergio Vuskovic, alcalde de Valparaíso durante la UP, CERCO DE PUAS, de Aníbal Quijada, TESTIMONIO DE UN DESTIERRO, de Edgardo Enríquez, REENCUENTRO CON MI VIDA, de Clodomiro Almeyda, más los dibujos que hizo el arquitecto Miguel Lawner en el lugar de confinamiento.

Y el propio ex senador del PC se refiere al tema en su libro DE LO VIVIDO Y LO PELEADO, página 187, capítulo EN EL INFIERNO HELADO, donde reitera que todos los dirigentes detenidos se sentían honrados de haber participado en el movimiento popular que significó el gobierno del presidente Allende.

Una película que será vista este nuevo mes de septiembre, donde se mostrará algo de los sufrimientos que se vivieron en Chile y en Isla Dawson, aunque con un Littin un poco olvidadizo, pero parece que así se escribe la historia, así se hace cine y así se cuentan las cosas, aunque el libro mismo es mucho más franco, directo, sin ingratas exclusiones y con una mejor memoria.

martes, 8 de septiembre de 2009

ORLANDO MILLAS: EL GUERRILLERO MANUEL RODRIGUEZ


El guerrillero
La guitarra y la voz de Víctor Jara vibraban de manera inolvidable, con alegría y combatividad, al cantar a Manuel Rodríguez y a sus hazañas.

La Historia la va haciendo el pueblo. Las personalidades son fecundas en la medida en que se identifican con el pueblo. En la Historia de Chile, la mayor de tales identificaciones, desde la revolución misma de la Independencia hasta hoy, es la lograda por Manuel Rodríguez. Ella reviste caracteres singulares e invita a considerar todo lo ocurrido en el transcurso de nuestra vida republicana desde un ángulo que permita apreciar la profundidad, la persistencia, el arraigo y la constante insurgencia de la gran comprensión, del cariño entrañable, de la compenetración de los chilenos con la figura legendaria de «húsar de la muerte» conocido por el calificativo definitorio de «el guerrillero».

¿Por qué esta popularidad, superior a cualquier otra, de Manuel Rodríguez?
Irrumpió como exponente de rebeldía ante el coloniaje español, en actitud irreverente, contrariando los convencionalismos, con picardía y audacia, desafiando y burlándose, derrochando inteligencia y cultura, resolviendo las dificultades mediante un ingenio mezclado con un valor temerario. Así, cada acción suya fue conformando fácilmente muchas leyendas. En Manuel Rodríguez se condensó la vitalidad inconformista del Chile en formación y se ha ido sintiendo interpretadas por él todas las ansias de rebelión que han animado en nuestra tierra.

Cuando Chile estaba sumido en las tinieblas de la Reconquista y San Martín y O'Higgins organizaban en Mendoza al Ejército Libertador, la tarea encomendada a Manuel Rodríguez fue la de operar en el territorio ocupado de la patria, mantener viva en el propio país la llama de la rebelión, conocer mejor al enemigo por dentro, informarse de sus fuerzas y recursos, desesperarlo con múltiples estratagemas, hostigarlo amenazándolo con el despliegue de acciones guerrilleras, someterlo a incesantes batallas de rumores, socavar su moral de cómbate, desorientarlo. Todo eso lo hizo Manuel Rodríguez ganándose al pueblo para la acción. No dispuso de más armas que la razón de su causa y su desbordante simpatía personal.

Su vida fue breve pero luminosa.

Otro gran momento de ella ocurrió cuando volvió a estar amenazada la Independencia y, mientras se extendía la zozobra y parecía sobrevenir el pánico, apareció en escena, organizó los «húsares de la muerte» y lanzó su célebre consigna: «Aún tenemos patria, ciudadanos», que electrizó a los anteriormente indecisos.

Estas intervenciones estelares corresponden cabalmente a lo que él era, patriota fervoroso, hombre de convicciones avanzadas muy sólidas, protagonista bien informado de la contienda por la Independencia, de ánimo revolucionario y de ademán resuelto, abogado, como oficial de armas coronel desde la Patria Vieja y primer auditor de guerra del ejercito chileno.

Su fácil y natural convivencia con el pueblo, su carencia de ambiciones, su franqueza proverbial, el hecho de que notoriamente sintiera distancia respecto de logias y de componendas, su hombría y desenvoltura, lo convirtieron en prototipo de revolucionario.

Una de las grandes tragedias de los años de la Independencia fue su asesinato en Tiltil, bajo el gobierno de O'Higgins. El martirio realzó sus perfiles ejemplares.
Era lógico que en la literatura histórica chilena tomase caracteres reiterativos el afán de escoger a Manuel Rodríguez contra O'Higgins y a O'Higgins contra Manuel Rodríguez. Así se ha querido presentar aI fundador de la república como a un déspota y, de otra parte, al guerrillero por antonomasia como a un disociador negativo. Ambas definiciones son calumniosas. La Historia hay que verla tal como se ha dado realmente y no como hubiera sido mejor que transcurriese. Hay en ella grandezas y miserias, a veces entremezcladas. En nuestra Historia caben a plenitud, con sus aportes y valores, tanto Bernardo O'Higgins como Manuel Rodríguez.

En el capítulo «Los Libertadores» de su Canto General, Pablo Neruda rompe la estructura de su obra al reafirmarla y detenerse dedicando cuatro sucesivos poemas a Lautaro, que de hecho son cinco porque también se le siente con una presencia tácita estremecedora en el que canta a la muerte del invasor Pedro de Valdivia. Es evidente que así quiso Neruda realzar a Lautaro como la figura más importante de la Historia de Chile. Más adelante, en ese mismo capítulo, encontró manera, magistralmente, de distinguir en forma excepcional a otro gran personaje de nuestra trayectoria nacional. En efecto, después de su dramático y desgarrador homenaje y recuerdo a José Miguel Carrera, colocó inmediatamente sus tres cuecas sobre Manuel Rodríguez. Estas letras de cuecas están entre las más puras, auténticas, líricas y mejor construidas para nuestro baile nacional y en ellas identificó, constatando una realidad, a Manuel Rodríguez con los sentimientos de los chilenos. Tales cuecas esperan la música con que han de desplegarse en los escenarios, los tablados y las ramadas. Por el momento, su popularidad la han alcanzado en la forma de tonadas que les adaptó Vicente Bianchi. La primera de estas cuecas condensa la «vida» de Manuel Rodríguez como la del guerrillero, otro tanto hace la segunda sobre su «pasión» y de nuevo es este rasgo calificado por el poeta como «nuestra sangre, nuestra alegría» el que lo define en la tercera, cuyo tema es su «muerte»: «Mataron al guerrillero». El mensaje fundamental de estas tres cuecas se expresa en la culminación de la segunda de ellas:

por todas partes
viene
Manuel Rodríguez.
Pásale este clavel.
Vamos con él.

Después de un siglo y medio de odios fraticidas y rencores que escindían las versiones históricas, Neruda dio una visión nueva, superior, más sabia y verdadera, al unir en ese capítulo señero de su Canto General, en el friso de los libertadores de América, a Bernardo O'Higgins, José Miguel Carrera y Manuel Rodríguez, sin mengua de ninguno de ellos.

Manuel Rodríguez ha sido tradicionalmente personaje predilecto de la poesía popular, recurso habitual de los payadores y figura ro¬mántica evocada con cariño en veladas escolares de aulas modestas del campo o de barrios obreros.

Ya anciano, ese gallardo proletario Antonio Acevedo Hernández, uno de los más chilenazos de nuestros escritores, frecuentaba las oficinas de redacción de El Siglo, llevando como colaboración algunos de sus antiguos trabajos. Entre ellos sobresalieron sus páginas, de tanto donaire, dedicadas a Manuel Rodríguez.

Innumerables veces se quedaba a conversar. Recuerdo sus chispeantes anécdotas sobre toda una etapa muy dura y muy hermosa del teatro chileno cuando fue autor de primera linea y era indudable que, al final de su existencia, concentraba su admiración y reiteraba las referencias a dos personalidades: Manue1 Rodríguez como símbolo de la más noble condición humana y Luis Emilio Recabarren como el maestro que despertó en él la conciencia de su dignidad.

En los años iniciales de la Nueva Canción, momento trascendental para nuestra cultura, cuando Rene Largo Farías tuvo el acierto inolvidable de transmitir su «Chile ríe y canta», hubo también otra audición simílar que se llamó precisamente «Aún tenemos música, chilenos», parafraseando la invocación de Manuel Rodríguez. Y éste ha sido inspirador de trabajos de Patricio Manns e Isidora Aguirre que seguramente encontrarán su debida receptividad en el nuevo Chile liberado del fascismo.

Conviene detenerse especialmente en «Hace falta un guerrillero» de Violeta Parra, porque entrega una gran lección artística. A primera vista sorprende. En su libro Cantores que reflexionan, el Gitano, Rodríguez, da una definición acertada al decir que esa canción se basa en una exageración. Agrega que «el terreno de las asociaciones es delicado y el terreno de las exageraciones también», porque del texto literal de «Hace falta un guerrillero» pudiera deducirse con razón un desconocimiento de la lucha obrero-campesina en Chile. En efecto, precisamente en un momento difícil de esta lucha, proclama paradójicamente:

como fue Manuel Rodríguez, debiera haber quinientos, pero no hay ni uno que valga la pena en este momento,

concepto reiterado en diversas formas en otros de sus versos. No olvidemos que estaba vigente la Ley Maldita y ello amargaba a Violeta.
¿Qué más hay en ello? De una parte, mal pudiera separarse a Vióleta Parra del movimiento popular, en que se insertó con cuerpo y alma. Entonces, cabe examinar «Hace falta un guerrillero» no como se haría con un documento político, al que debe exigirse rigurosidad en cada término, sino como una obra de arte en la que caben aquellas premoniciones, advertencias e instituciones visionarias que el propio Gitano hace ver en su obra que aparecen muchas veces en la Nueva Canción y ahora en el Canto Nuevo. Con su extraordinaria sensibilidad, Violeta se adelanta a los años en que canta, ve la profundidad del dilema histórico, conoce la catadura de los enemigos de su pueblo y clama por el surgimiento de quinientos como Manuel Rodríguez. Puede ser injusta con las luchas del momento en que canta, porque ya vibra en ella uno superior, que comprende como ineludible. Eran los días en que «El sueño americano» de Patricio Manns advirtió, estremecedoramente:

Por toda América rueda la guerra en carro impaciente y en la noche de la sierra yo temo por mis ausentes.

En la tierra de Lautaro, O'Higgins, Manuel Rodríguez, Recabarren, donde ha sido tan grande el impacto de la Revolución Soviética y de la Revolución Cubana, Violeta y Patricio han cantado no sólo para días precisos del calendario sino para todo un proceso liberador.

En otros términos, pero con el mismo sentido, cantó el uruguayo Daniel Viglietti, cuando era inminente el putsch de septiembre de 1973, en su «Por todo Chile»:

No, no, no, nadie te olvida no, no,
Manuel Rodríguez de tu silencio nacen violetas, se abren caminos y crecen niños, cientos de miles por todo Chile.

El sábado 8 de septiembre de 1973 se me encargó trasmitir por una cadena nacional de emisoras, en nombre de la Comisión Política del Partido Comunista de Chile, un mensaje a todo el pueblo, advirtiendo descarnadamente sobre los peligros que se diseñaban y el carácter fascista de la amenaza que se conformaba como un golpe de Estado. Al hacerlo, me pareció esclarecedor repetir en ese texto el célebre «Aún tenemos patria, ciudadanos» de Manuel Rodríguez, que por sí solo definía la gravedad de la situación formulando un llamado supremo a una movilización urgente.

No es casual que, bajo el terror fascista, haya surgido como brazo armado del movimiento obrero y popular el Frente Patriótico Manuel Rodríguez y a la vez amplias masas de combatientes se agrupen en «milicias rodriguistas». Ésta no es la negación, sino la reafirmación y la continuidad, en nuevas circunstancias, de la lucha popular que en tiempos de Violeta Parra alcanzaba grandeza avanzando por determinados caminos y que amplía sus formas de combate.

Esto tiene su lógica. Manuel Rodríguez es el protagonista, enraizado en el pueblo, de los momentos más dramáticos de la existencia de Chile.

lunes, 7 de septiembre de 2009

ORLANDO MILLAS REFLEXIONA SOBRE MANUEL RODRIGUEZ Y EL PUEBLO EN LA GESTA DE LA INDEPENDENCIA


MANUEL RODRIGUEZ

Orlando Millas
Tomado del libro: de O’Higgins a Allende
- páginas de la historia de Chile –
- Libros del Meridion – Ediciones Michay – Madrid – España


El pueblo en la gesta de la Independencia

La trayectoria de Manuel Rodríguez entrega elementos que ayudan a adentrarse en un asunto de primordial importancia de la historia de Chile, un problema capital.

Los historiadores oligarcas y burgueses se han empeñado en acreditar, a base de repetirla majaderamente, la inepcia de que el pueblo de Chile habría sido indiferente y, en gran medida, hostil a la Inde¬pendencia, proceso cuya realización atribuyen a la aristocracia terra¬teniente. Eso es de una falsedad absoluta. El conjunto de la actuación de los padres de la Patria está vinculado a la existencia de un estado de ánimo popular en favor de la emancipación, que la sustentó. Aunque no sea lo único, la más evidente comprobación de la raigambre en las masas trabajadoras de las luchas de entonces, se encuentra en las hazañas de Manuel Rodríguez.

Es sabido que, inmediatamente después de constituirse la Primera Junta Nacional de Gobierno, en septiembre de 1810, se planteó en ella la formación de fuerzas militares para apoyar su gestión. A poco de andar, se creó un cuerpo de artillería ampliando el existente en la Co¬lonia, un nuevo batallón de infantería y dos escuadrones de caballe¬ría. No hubo dificultades para encontrar personal de tropa que los aten¬diese, aunque resultó más difícil dotarlos de oficiales competentes. Al mismo tiempo, Bernardo O'Higgins reclutó también una fuerza militar en el Sur, que se ha dicho habría estado constituida sólo por inquilinos de su hacienda Canteras, lo que no es efectivo porque la integraban diversos campesinos de esa zona, entre ellos dichos inqui¬linos. De allí en adelante nunca faltaron soldados para el ejército patriota y su comportamiento en los campos de batalla demostró su de¬cisión. En este asunto fundamental puede verse que la revolución de la Independencia no era promovida artificialmente, sino que aparecía en razón de que las contradicciones de fondo habían madurado en la sociedad chilena.

La aristocracia no se enroló en el ejército nacional sino que lo hizo el pueblo. Este derramó su sangre y derrotó al ejército español.

En la Patria Vieja surgió inicialmente el nuevo Estado y se comenzó a establecer sus órganos administrativos, policiales, militares, judiciales, educacionales, culturales y económicos. Todo ello era muy incipiente, pero tuvo algún desarrollo y fue contando con cuadros de dirección y con determinado personal. ¿De dónde provinieron? En pri¬mer término, de una capa intermedia entre los aristócratas, reacios a cumplir funciones, y el sector de los trabajadores propiamente tales. Este último comprendía a los esclavos que atendían de preferencia labores domésticas, una gran masa de artesanos, algunos comer¬ciantes detallistas y una muy joven clase obrera.

La capa media fue la protagonista principal que tomó el timón para crear la Patria Vieja y estaba representada por Manuel Rodríguez muy típicamente, aun¬que otras figuras de su círculo social descollaron inicialmente. Era un joven abogado que pertenecía familiarmente a la aristocracia pero con¬vivía con las masas trabajadoras. En él se encuentra el prototipo de los que participaron en las frondas ciudadanas impulsadas por José Miguel Carrera y sus hermanos y puede decirse que las alentaron. Una serie de historiadores las han presentado como golpes de Estado mili¬tares, pero no eran propiamente eso.

Manuel Rodríguez fue, en cierta manera, secretario de Carrera, se enroló en el ejército, alcanzó el gra¬do de coronel y organizó la Auditoría de Guerra y la Fiscalía Militar. La evolución muy rápida de los acontecimientos, desde el 18 de sep¬tiembre de 1810, tuvo que ver con cinco factores, entre otros: el volcamiento en favor de la Independencia de los capitalistas mineros y comerciantes, la decisión con que los acompañaron los terratenientes y los campesinos de la zona sur, encabezados por O'Higgins, el áni¬mo resuelto de la capa media urbana en la que surgieron dirigentes radicalizados como Camilo Henríquez y el propio Manuel Rodríguez, la nueva situación que se vivía en los campos del Valle Central des¬pués de la licitación de las antiguas haciendas de los jesuítas, y la in¬corporación a la actividad política de las masas trabajadoras.

Los historiadores reaccionarios hacen hincapié en que la convocatoria al cabildo del 18 de septiembre y la instauración de la Junta presidida por Mateo de Toro Zambrano se hicieron en nombre de Fernando VII, pero esos formalismos eran únicamente concesiones nece¬sarias para facilitar la transición. La fidelidad a Fernando VII neu¬tralizaba a los vacilantes y se fue convirtiendo a poco andar en una mera frase de rutina y cuando se la abandonó ello pasó desapercibido, o muy poco cuestionado. Los propósitos revolucionarios estaban expuestos, categóricamente, en el Catecismo político-cristiano, de amplia difusión desde mediados de 1810, que se atribuye a Camilo Henriquez.

Este Catecismo fustiga demoledoramente al régimen colonial, concretamente a la dominación española y a la monarquía, pronunciándose por una república democrática. Por ejemplo, leemos en él: «El gobierno republicano es de dos maneras, o aristocrático en que mandan los nobles y optimates, o democrático en que manda todo el pueblo por sí, por medio de sus representantes o diputados, co¬mo es preciso que suceda en los grandes Estados.»

El Reglamento Constitucional de 1812 aún hace referencia a Fernando VII, a pesar de lo cual es, de hecho, una primera Constitución republicana. Entre sus redactores estuvo Manuel Rodríguez.

Sobrevino la Reconquista y puede decirse que en la lucha por el restablecimiento de la libertad, durante ese período de despotismo de¬senfadado, se forjó definitivamente la identidad de los chilenos. Bajo la dirección de San Martín y de O'Higgins se organizó en Mendoza el Ejército Libertador. Ambos conductores atribuyeron un papel decisivo al trabajo político en Chile, que estimaban imprescindible y des¬tinaron a ello una serie de oficiales y algunos arrieros. Pronto se destacó como la primera figura en esta tarea Manuel Rodríguez. Mostró tener condiciones natas para el trabajo clandestino y especialmente para la conspiración. En su estilo lo más notable consistió en su facilidad para evaluar las posiciones, los intereses, la idiosincracia y las aspiraciones populares. Consiguió establecer una red de patriotas que se com¬plementaban entre sí con notable eficiencia.

En los medios rurales chilenos se vivía, entonces, un momento de agudización de los problemas derivados de la expropiación por los terratenientes de las propiedades de un gran número de trabajadores y su expulsión, privándolos de la tierra, sin que la minería o la muy incipiente industria manufacturera lograse darles ocupación. Era un largo proceso que venía desde la Conquista, se desarrolló en gran escala al convertirse las encomiendas en latifundios y tomó nuevo impulso al alterarse los métodos de explotación de las antiguas haciendas de los jesuítas y entrar en auge la producción de trigo para el mercado peruano.

En el campo chileno había, a comienzos del siglo XIX, una considerable población flotante que, en parte, entró al trabajo asalariado en las propias haciendas o en las minas y los astilleros o en talleres y otras faenas en Santiago, pero que, en un notable porcentaje, no encontraba cómo alimentar a sus familias. Así tuvo su caldo de cultivo el bandolerismo, como problema social con ribetes de lucha de clases, siendo sus caudillos figuras populares que se vanagloriaban de atacar y robar a los ricos y en cambio ayudar a los pobres. Aún se conserva en la tradición oral de algunas regiones, después de muchas generaciones, la memoria de ejemplos de distribución de ganado o de alimentos, por tal o cual salteador, a los campesinos de determinados sectores.

Manuel Rodríguez percibió esta situación y captó el estado de áni¬mo rebelde de las masas campesinas. Para él era claro que no podía organizar guerrillas con terratenientes o con gente sumisa. Lo hizo con campesinos caracterizados por tener personalidad e, incluso, en alianza con algunos que vivían al margen de la ley. Lo secundó con apasiona¬do patriotismo el antiguo ovejero Miguel Neira, considerado el terror de los terratenientes y que dejó de lado la perpetración de salteos para emplear su tiempo en hostigar a los realistas. Con el apoyo de Neira formó una guerrilla propiamente tal, que fue capaz de apoderarse de Melipilla, haciendo huir a la guarnición local y, una semana después, de San Fernando que estaba protegido por ochenta soldados. En ambas partes, el pueblo lo apoyó de inmediato, organizó mítines de masas, distribuyó a los campesinos el dinero de la caja real y el taba¬co del depósito de estanco oficial y desapareció en la noche. Poco después atacó Curicó. Estas acciones más salientes fueron acompañadas por decenas de operaciones de.sus lugartenientes que realizaban sabotajes, atacaban a patrullas militares realistas cuando éstas salían de las ciudades e interceptaban la correspondencia en toda la zona de San¬tiago a Talca.

El hecho histórico es que tal lucha popular desplegada en los campos desorientó al mando español y le hizo creer que ya estaba enfrentando a contingentes militares apreciables, tomando en serio los rumores propalados por el propio Manuel Rodríguez de que eran las avanzadas de un ataque que el Ejército Libertador desplegaría simul¬táneamente al norte y al sur de Santiago. Ante una situación que parecía complicada por los audaces golpes de Melipilla, San Fernando y Curicó y la proliferación de pequeñas acciones armadas, fue dispersado el ejército español y sólo la mitad de él pudo hacer frente en Chacabuco al paso de los Andes de las fuerzas de San Martín. La otra mitad estaba distribuida en una extensa zona buscando a los guerri¬lleros de Manuel Rodríguez, que se sentían en los campos como pez en el agua, respaldados por la población trabajadora.

Objetivamente, la victoria de Chacabuco, que decidió la independencia de Chile, se debió a la conjunción del mando militar eximio de San Martín, del coraje y la capacidad en el campo de batalla de O'Higgins y del éxito previo de las guerrillas de Rodríguez.

Algunos historiadores oligarcas y burgueses ocultan lisa y llanamente estos episodios, otros los desfiguran y los que se deciden a tomarlos en cuenta con alguna rectitud no dejan, al menos, de atenuarlos.

Manuel Rodríguez nunca tuvo a menos haber ganado a Miguel Neira y a otros como él para la lucha por la independencia. Supo aquilatar los alcances sociales de su situación, les dio confianza y la recibió de su parte. Abogó por tomarlos en consideración al construir el Chile liberado. Se le acusó de mantener contactos con ellos y lo reconoció altivamente ante el propio O'Higgins. En la tragedia de su muerte, este fué uno de los factores que enardeció a sus enemigos.
Otros países han amasado hermosas leyendas y sus artistas han novelado consejas populares sobre bandidos que surgieron en momen¬tos de conmociones históricas, exacrados por los poderosos de su tiempo y más tarde elevados a la categoría de héroes con los que se identifican ciertos valores soterradamente admirados. Los británicos honran hasta hoy a un asaltante del siglo XIII, Robín Hood, que combatió a los normandos. Por el momento, Neruda ya reivindicó en Joaquín Murieta a los chilenos y, en general, a los latinoamericanos que debieron esgrimir el puñal, nuestro corvo, en las lejanas tierras del Pacífico norteamericano. Pero, Joaquín Murieta tuvo predecesores, hermanos y continuadores que afrontaron con similar coraje en su propia tierra a un régimen, el del latifundio chileno, tan feroz como el de los yanquis sedientos de oro de la antigua California.

Los terratenientes chilenos han sentido y transmitieron un odio inextinguible de clase a través de sus historiadores y han hecho repetir durante más de un siglo y medio en las escuelas su desprecio a Miguel Neira y una leyenda negra, plagada de calumnias, contra los Pincheira, a los que se presenta confusamente en la línea del infame traidor Benavides. Queda mucho por investigar sobre la raíz social de sus vidas atormentadas, sobre las razones del auge de sus luchas y sobre su verdadera conducta, en que al menos es indiscutible una bravura sobrecogedora.
Para entender lo que verdaderamente era el campo chileno de la primera mitad del siglo pasado, un primer atisbo, luminoso y apasionante, lo encontramos en el análisis de las guerrillas de Manuel Rodríguez, que ha prevalecido en el corazón del pueblo como gran figu¬ra nacional sin tacha. Pero en él no sólo encontramos ese rasgo. También se trasunta en sus hechos de la Patria Vieja la índole popular urbana de la Independencia. Chileno a la vez de Santiago y de las guerrillas rurales, hay que entenderlo, sin desmedro de los otros fundadores de la república, a fin de reconstruir una imagen más auténtica de los primeros años de la gesta emancipadora.