domingo, 13 de julio de 2008

JORGE ARRATE: LOS COMUNISTAS Y LA DEMOCRACIA



JORGE ARRATE: LOS COMUNISTAS Y LA DEMOCRACIA

PRESENTACION DEL LIBRO LOS COMUNISTAS Y LA DEMOCRACIA DE LUIS CORVALÁN,
SANTIAGO, CUT, julio de 2008.

Luis Corvalán es un luchador social que ha protagonizado la gran historia del Chile popular. Autor de cerca de diez libros, nunca ha descuidado su tarea difusora y formativa, haciendo honor a su condición de periodista y profesor.

Agradezco haber sido invitado a presentar Los Comunistas y la Democracia, que lanza Editorial LOM, en el que Corvalán combina reflexiones sobre el pasado y el futuro en un texto cargado de memoria y experiencia y, como siempre, pleno de pasión por sus ideas. Surge de estas páginas la vibración de su inolvidable libro-entrevista Corvalán 27 horas, publicado por Quimantú durante el gobierno de la Unidad Popular, la de las memorias De lo Vivido y lo Peleado y de otros de sus significativos textos.

Esa misma vibración tenía su voz una tarde de fines de Enero de 1970 cuando inició un inolvidable discurso ante una concentración de militantes de izquierda, en la Avenida Bulnes. No era, me parece, una gran manifestación, en ningún caso una de las más grandes de aquella época. La candidatura de izquierda estaba francamente atrasada, restaban apenas ocho meses para las elecciones presidenciales. Entonces Corvalán dijo las palabras inolvidables: “Salió humo blanco. Ya hay candidato único. Es Salvador Allende”.

Parte importante del libro Los Comunistas y la Democracia recorre a grandes pinceladas el sendero que condujo a aquel momento y a sus históricos tres años siguientes y subraya, con orgullo legítimo, el aporte realizado por los comunistas. Surgen allí la lucha de Recabarren por constituir una fuerza política organizada que representara los intereses populares, la germinación de la idea del Frente Popular, el a veces difícil camino hacia la construcción del Frente del Pueblo, del Frente de Acción Popular (FRAP) y de la Unidad Popular en 1969, los años del gobierno de Allende y los de la lucha contra la dictadura.

Socialistas y comunistas protagonizaron todo ese proceso, siempre en una tensión teórica y política que encontró por decenios caminos de superación fructífera. No es extraño, pues, que un socialista como yo no necesariamente comparta cada uno de los matices de las apreciaciones de Corvalán, o de sus reflexiones de la segunda parte del libro sobre los años de la post dictadura. Tampoco es extraño que comparta su perspectiva, su horizonte y particularmente aquello que el libro nos propone: la reivindicación que hace Corvalán del aporte democrático de los comunistas y la convocatoria a una lucha unitaria por construir otro Chile.

La prensa del poder económico ha dado un nuevo envión en estos días al espíritu anticomunista. A la irracionalidad y a la vocación excluyente, se agrega un burdo argumento cuyo único objeto es encubrir la responsabilidad política y moral de la derecha que, desconociendo la promesa de su principal precandidato presidencial, Sebastián Piñera, ha ratificado su negativa a modificar el sistema electoral.

Tras dieciocho años, la derecha una vez más reniega de sus compromisos. Así ocurrió después de 1989 cuando se comprometió a suprimir los senadores designados, así ocurrió con el voto de los chilenos en el exterior, así ha sido con el sistema electoral.

Amigas y amigos:

Hay muchas explicaciones posibles para lo ocurrido en la post dictadura, período que el libro de Corvalán desmenuza con acopio de antecedentes y datos para demostrar las falencias de los gobiernos concertacionistas. Sobre ellas quisiera formular algunas reflexiones parciales.

Examinemos algunos elementos de contexto. El cuadro mundial de la post dictadura es sin duda distinto al de los años setenta y resta grados de libertad a los gobiernos de los estados pequeños. Por otra parte, la transición chilena ha sido quizá la más compleja de su género, con Fuerzas Armadas que no fueron derrotadas militarmente ---como ocurrió en Argentina o en Portugal o en Grecia---, con una dictadura unipersonal tipo Franco u Oliveira, con un movimiento popular diezmado por las desapariciones y los asesinatos, con un dictador vivo ---a diferencia de España o Portugal---. Además, el fenómeno de invasión de la democracia por el mercado es mundial y Chile no es una excepción.

En fin, cada una de estas explicaciones contiene elementos a considerar. Pero el hecho es que en América Latina varios países hermanos han buscado, en condiciones parecidas a las de Chile y en idéntico cuadro mundial, caminos alternativos a la sustentación del modelo neoliberal y procuran ensanchar la democracia y disminuir las desigualdades, algunos más velozmente que otros, algunos más consolidados que otros.

El caso de Chile ha sido diverso. ¿Por qué? Quisiera esbozar una visión desde un punto de vista que sé que comparten muchos que han sido adherentes a los partidos de la Concertación. El balance de dieciocho años es bastante claro: el país es mejor que el que legó la dictadura, la Concertación ha sido mejor que eventuales gobiernos de derecha, los gobiernos de la Concertación han estado lejos de las metas que se impusieron a sí mismos y que comprometieron con la ciudadanía. El resultado es una semidemocracia o democracia incompleta (como nos califica la revista liberal The Economist) y una sociedad alarmante y crecientemente desigual. Las últimas cifras internacionales ubican a Chile entre los doce países más desiguales del mundo.

Los dos primeros puntos son casi obvios, se trata de exigencias mínimas: ser mejor que la dictadura, ser mejor que la derecha… La cuestión debe centrarse en el tercero. ¿Es esa brecha entre las aspiraciones del NO de 1988 más el Programa del 89 y el resultado actual, explicable por la globalización, las dificultades de la transición y el debilitamiento planetario de la democracia? ¿Hubo falta de voluntad para hacer más cambios? ¿Hubo carencia de dirección política sólida al punto que parece que los gobiernos que empiezan bien terminan siempre pactando al gusto de la derecha?

Un primer aspecto a destacar es que el arco que dio nacimiento a la Concertación correspondió a un determinado momento político en que se sumaron tanto los recelos de la Democracia Cristiana hacia el Partido Comunista, como las distancias que los propios comunistas mantenían con la riesgosa política de aceptar el plebiscito de 1988 como momento democrático legitimador. Pero hay que ser claros: la Concertación nunca fue concebida como un pacto para excluir a ningún partido democrático. Si bien muchos socialistas la entendieron como una alianza incompleta, que debía cuando fuera posible extenderse al Partido Comunista y otros sectores, la Concertación tendió a cerrar sus deslindes y luego a internalizar su existencia, sus partidos a oligarquizarse y fraccionarse en grupos consolidados. Poco a poco, la exclusión comenzó a naturalizarse, junto con el sistema binominal, con la configuración de distritos y circunscripciones, con los consensos con la derecha, que de necesidad devinieron con el correr del tiempo en virtud. Hasta hoy.

A mediados de los 90 se hicieron públicas las primeras expresiones de insatisfacción dentro de la Concertación. En 1997 las elecciones mostraron un cuadro negativo: el número de votos nulos o blancos creció enormemente. La no participación de los jóvenes en los ejercicios electorales se iba también consolidando como comportamiento colectivo. En 1999 el gobierno fue más allá de sus deberes legales en el caso Pinochet y desplegó una ofensiva política para lograr su retorno de Londres. Muchos concertacionistas, ya participantes de la polémica pública entre los satisfechos y los inconformistas, observaron este momento como de particular importancia: se desvanecía una de las señas de nacimiento de la Concertación (el repudio a Pinochet y su sometimiento a la justicia); se hacían confusas, cada vez más, las diferencias con la derecha. La Constitución negociada y promulgada en 2005 por el Presidente Lagos y el Ministro Insulza, fue una manifestación mayor de la primacía de los consensos con la derecha por sobre los programas de la Concertación. Fue presentada como una “nueva Constitución”, si bien nunca ha sido sometida al veredicto ciudadano, salvo cuando el propio Pinochet lo hiciera en el plebiscito “brujo” de 1980. Sorprendentemente la “nueva Constitución” no resolvió la cuestión del sistema binominal, si bien la trasladó a la ley electoral aunque guardándose de conservar el alto quórum que hace muy difícil su modificación. Y, además, suprimió los senadores designados, ¡por fin!, ¡finalmente!, cuando ya no le servían a la derecha porque correspondía designar nuevos y debía hacerlo la Concertación…

Cuando Sergio Aguiló hizo público en 2001 su manifiesto “Chile entre dos derechas”, muchos no se identificaron con el título pero sí con sus contenidos. Más tarde vendrían los documentos colectivos “Enfrentar las desigualdades” y “La Disyuntiva”, proponiendo giros posibles pero decisivos en la política económica y social de la Concertación.



Compañeras y compañeros:

Hago estas reflexiones sobre el pasado reciente a propósito de las palabras de Corvalán en su libro: “Es el momento que los Partidos de la Concertación asuman posiciones concretas a favor de la democracia y no sigan favoreciendo a la llamada Alianza por Chile, el contubernio derechista que busca adueñarse por completo del poder”.
No sé si la Concertación como tal o sus Partidos como tales escuchen esta aspiración. Lo que sí estoy seguro es que muchos de sus miembros la comparten. No quieren más de lo mismo, en que lo mismo quiere decir exclusión, cobre extranjerizado, Constitución, brecha educacional, endeudamiento e intereses usurarios, derechos laborales frágiles, concentración económica, control unilateral de la prensa, desigualdades.

“Hay que defender lo que hemos hecho”, dicen por ahí voces ampulosas. Sí, pero también hay que ser capaces de reconocer lo que no hicimos. ¡Tanto nos han dicho que hay que mirar al futuro! Sí, bien firme sobre mi pasado, eso es lo que hago. Estoy mirando al futuro. Y veo las injusticias que no hemos corregido.

Hace poco más de un año, parlamentarios, dirigentes sociales y políticos suscribimos un breve llamado a “Unir Fuerzas” tras nuevos objetivos transformadores. Algunos perseveramos en el esfuerzo y seguimos perseverando. Nuestras propuestas más concretas, sin embargo, no tuvieron plena acogida en las instancias legales de los Partidos. El discurso del Presidente de la CUT el primero de mayo, planteando unir fuerzas, no tuvo tampoco el eco que merecía.

Digámoslo: hay conformismo y hay desesperanza.

Como señala Luis Corvalán acertadamente, lograr grandes objetivos no se consigue de un día para otro y hay que sacar lecciones de la historia.

La Concertación tiene un motor que funciona apenas pero sus directivos piensan que es eterna, que se fundó para nunca cambiar, renacer, reencarnarse o simplemente morirse. Sinceramente, no creo que a estas alturas existan fuerzas en su interior que le permitan reaccionar y modificar su línea para generar, en un diálogo social y político abierto, un nuevo vector que agrupe a movimientos, partidos y personas aunadas por la aspiración de cambiar Chile de veras.

Sin embargo, ¡cuánta y cuan importante es la fuerza del pueblo que votó por el NO! Cuando lo hizo, y cada vez que ha vuelto a hacerlo, ha votado por ampliar nuestra democracia mutilada, por aplicar el crecimiento económico a la construcción de una sociedad más igualitaria. Al pueblo del No le hace sentido ---no me cabe duda--- el planteamiento de Corvalán, la idea de unir fuerzas, la misma que hiciera Tellier en un multitudinario acto de homenaje a Allende hace unos días, que ni fue registrado por la prensa escrita.

Más del 40% de los ciudadanos potenciales no participan en las decisiones nacionales porque son indiferentes o rechazan la política mercantilizada, o viven fuera de Chile o no quieren inscribirse en los registros electorales. Hay que proponerles una nueva esperanza. Si logramos que una parte de ellos la crea y deposite en ella su fe, el pueblo de izquierda excluído, los jóvenes con su rebeldía transformadora y el pueblo del NO, constituirían una fuerza invencible por la derecha.

Esa esperanza requiere un conjunto de acuerdos básicos, de largo y corto plazo, es decir un proyecto, de contenido exigente, pero creíble y realizable, que genere y que encauce las energías populares que están en curso, con el que se identifiquen los movimientos sociales activos; que reactive otros, que entregue un sólido cimiento a las luchas sociales y que reconozca la legitimidad de diferencias, matices, perspectivas críticas y valore diversas formas de participación en la lucha social.

Efectivamente, compañero Luis, hay que afirmarse en nuestra historia. En la de nuestros partidos y movimientos, en la historia de Allende. No para imitarlo, no para pretender la mecánica reproducción de aquellas circunstancias, sino para pensar el siglo XXI con ese método y esos instrumentos. Muchos de los homenajes de estos días a Salvador Allende han hablado, con reiteración excesiva, de sus sueños. Todos soñamos, Allende también. Y el sueño ----despierto, no el sueño inconsistente y arbitrario, desordenado y a veces absurdo, que ocurre durante el dormir--- nos propone una tensión utópica indispensable. Pero no basta.

Allende y sus compañeros --- usted, Volodia, Almeyda, Altamirano, Rafael Agustín Gumucio, Mireya Baltra, Laura Allende, Chonchol y muchos otros ---instalaron una esperanza porque tenían un proyecto.

ALLENDE, cien años, mil sueños. Pero hay que agregar: un millón de luchas, un proyecto histórico.
Cien años, mil sueños, un millón de luchas, un proyecto que sea una esperanza.

JORGE ARRATE