domingo, 22 de julio de 2012

LUIS CORVALAN, COMBATIENTE EJEMPLAR

Por Miguel Lawner
LUIS CORVALAN, combatiente ejemplar. Después del fallecimiento en 1949 de Ricardo Fonseca, Secretario General del Partido Comunista de Chile, el Comité Central acordó publicar un libro en su memoria, responsabilidad asumida por Luis Corvalán, quién tituló la obra :“Ricardo Fonseca combatiente ejemplar”. Don Lucho nos dejó el 21 de Julio de 2010, por curiosa coincidencia el mismo día en que murió Ricardo Fonseca 61 años atrás. Hoy recordamos la pérdida de otro combatiente ejemplar. Corvalán entró a las filas del Partido en 1931, con quince años de edad y ya involucrado en las luchas sociales que acabaron con la dictadura de Carlos Ibáñez. Es el mismo año de su ingreso a la Escuela Normal de Chillán, después de una infancia muy dura, transcurrida en un hogar humilde, con una madre dedicada a la costura día y noche, a fin de llevar el pan a sus cinco hijos. Desde entonces, Corvalán no cesó de combatir hasta el último momento de sus días. Fueron 78 años entregados a la causa de una vida mejor para los pobres de esta tierra. Sufrió el rigor del sistema de dominación capitalista implacable en la defensa de sus privilegios: Arturo Alessandri Palma lo exoneró del magisterio. Gabriel González Videla ordenó su detención y tortura antes de relegarlo a Pitrufquen. Carlos Ibáñez del Campo, lo envió al campo de concentración reabierto en Piragua, y Pinochet lo confinó a la Isla Dawson y a otros campos de reclusión. Expulsado de Chile en 1976, permaneció en el exilio durante siete años, retornando el año 1983, viéndose forzado a vivir en la clandestinidad hasta la recuperación de la democracia siete años más tarde. Su paso por la vida no fue ciertamente un remanso de aguas quietas, pero las persecuciones no le generaron rencores o amarguras. Por el contrario, fue reconocido como un hombre sencillo, humilde, amable y tenaz en defensa de los intereses populares, granjeándose el respeto de sus camaradas y también de muchos de sus adversarios políticos. Al fallecimiento de Galo González, en 1958, don Lucho fue elegido Secretario General del Partido Comunista, que recién había recuperado su legalidad. Recibió una organización diezmada a raíz de la feroz persecución sufrida durante el mandato de González Videla. En los quince años que mediaron desde entonces, el Partido Comunista creció hasta convertirse en la mayor fuerza política de Chile, contando a la fecha del golpe militar con unos 200.000 militantes además de otros 90.000 afiliados a las Juventudes Comunistas.
Bajo la conducción de Corvalán, el PC se esforzó por unificar a la Izquierda chilena en torno a un programa claramente anti oligárquico y anti imperialista. Con la organización del FRAP (Frente de Acción Popular), en 1956, se consolidó el entendimiento con el Partido Socialista y otros partidos de izquierda, estrechando la unidad política de la clase obrera. Grandes movilizaciones de masas tuvieron lugar en la década del 60. La creación de la CUT permitió elevar considerablemente la organización y la conciencia de los trabajadores. Miles de familias sin casa -migrantes del campo a la ciudadestablecidos en las riberas del río o del zanjón de la Aguada, se hicieron dueñas de un lugar apto donde vivir, gracias a la fuerza alcanzada por el Movimiento de pobladores. Movilizaciones estudiantiles sacudieron las anacrónicas aulas universitarias a lo largo de todo el país imponiendo profundos cambios en la enseñanza. A partir del X Congreso del PC efectuado en 1956, el Partido señaló públicamente la perspectiva de conquistar el poder por una vía pacífica, aspiración considerada por muchos en un comienzo como inalcanzable. Pero este objetivo correspondía a un correcto análisis de la situación económica y social de Chile, y el Partido Comunista fue profundizando en una línea política innovadora, impregnando al movimiento popular con esta legítima expectativa. “El Informe al XII Congreso celebrado en Marzo de 1962 tuvo como título: “Hacia la conquista de un gobierno popular”, en tanto que en 1965 se realizó el XIII Congreso bajo el lema: “La clase obrera, centro de la unidad y motor de los cambios revolucionarios”, y en Noviembre de 1969, el XVI Congreso levantó con toda fuerza la consigna: “Unidad Popular para conquistar el poder”. (1) La victoria de Salvador Allende en 1970, fue la culminación de un proceso revolucionario singular, confirmando la factibilidad de las tesis elaboradas a lo largo de tantos años, contando a don Lucho como uno de sus impulsores fundamentales. Los mil días del gobierno de la Unidad Popular fueron otro desafío mayor, pleno de realizaciones llevando a cabo los cambios estructurales necesarios para poner los recursos nacionales a disposición de la mayoría de los chilenos. El Partido Comunista, con don Lucho a la cabeza, se distinguió por su apoyo al gobierno del presidente Allende.
Don Lucho fue detenido días después del golpe militar. Se le mantuvo aislado e incomunicado durante 50 días en la Escuela Militar hasta su envío a la Isla Dawson en Noviembre de 1973. Allí se incorporó al grupo de quienes habíamos sido confinados en la Isla con anterioridad. Recuerdo claramente que cuando llegó a la COMPINGIM, donde nos encontrábamos recluidos, yo estaba fuera del campo integrando el grupo encargado de plantar postes, faena que a esas alturas desarrollábamos a varios kilómetros de distancia. Al regresar por la tarde, nos sorprendió la noticia de su llegada junto con la de Anselmo Sule, Julio Stuardo, Pedro Felipe Ramírez y Camilo Salvo. Corrí a saludarlo y me lo encontré instalado en el Valdivia, ( 2 ) rodeado de compañeros con quienes intercambiaba informaciones respecto a nuestras familias o de los eventuales juicios anunciados contra los así llamados jerarcas del gobierno. Nuestra incomunicación daba paso a las peores conjeturas, pero lo (1. Santiago Moscú Santiago. Apuntes del exilio. Luis Corvalán . Ediciones Coirón. España. 1983. 2 COMPINGIM (Compañía de Ingenieros del Cuerpo de Infantería de la Marina), era la base militar instalada en la Isla. A raíz del golpe militar, se habilitó como lugar para alojar a los presos políticos detenidos en Punta Arenas, y también a los altos dirigentes de la UP trasladados desde Santiago, para quienes se dispuso de una barraca dividida en dos compartimentos. Nosotros bautizamos uno con cabida para 8 compañeros con el nombre de Sheraton; el otro, un espacio de 32 m2 destinado para 32 compañeros lo bautizamos como Tupahe. A raíz de una visita de la Cruz Roja Internacional, días antes del arribo de don Lucho, la comandancia del campo amplió las instalaciones con otra barraca a fin de disminuir nuestro hacinamiento. Así nació el Valdivia, replicando el nombre del renombrado hotel parejero de Santiago.) cierto es que don Lucho estaba tan ignorante como nosotros respecto a nuestras familias o nuestro futuro. Con todo lo vi tranquilo y al consultarle como había ido a parar al Valdivia, me señaló que los compañeros radicales, mayoritariamente agrupados en esa barraca, lo acogieron con gran afecto, insistiendo en instalarse junto a ellos. En Dawson, don Lucho fue objeto de particular hostilidad, según la guardia de turno, sin que jamás perdiera su dignidad. La verdad es que podemos estar orgullosos del comportamiento de todos nuestros dirigentes políticos, ya que actitud análoga de altivez mantuvieron Clodomiro Almeida, Edgardo Enríquez, Hugo Miranda, José Tohá o Daniel Vergara. Cuando Lucho llegó a Dawson, la Junta Militar publicitaba con gran bombo el proceso caratulado “Contra Luis Corvalán y otros”, en el cual se le solicitaba la pena de muerte. Un periodista de la revista brasileña VISAO fue autorizado a entrevistarlo respecto a ese proceso, encuentro realizado en el patio de nuestra barraca en presencia del comandante del campo. Lucho le expresó al periodista el honor que sentía él y el resto de nosotros por haber participado en el gobierno de Allende, razón por la cual no tenía nada que temer. Concluyó la entrevista con una frase que dio la vuelta al mundo: “Amo la vida pero no le temo a la muerte si he de morir por una causa justa.” Por cierto que el mentado proceso jamás tuvo lugar.
Para sobrevivir en la Isla, era indispensable hacer acopio de leña, combustible con el cual alimentábamos la estufa que nos libraba de morir congelados en la barraca. Diariamente salía una brigada de nosotros a recoger leña desde el bosque Murillo, situado en la proximidad de nuestro campo. Era necesario partir grandes troncos que yacían desparramados en el bosque, abatidos por los incendios forestales que extinguieron la riqueza forestal de la isla. Concluida la faena, los cargábamos al hombro hasta el patio de la barraca y allí los partíamos en trozos para ser introducidos en la estufa. Corvalán era puesto fijo en esta faena, ya que por su origen campesino era ducho para reconocer troncos que aseguraban una mejor combustión, y además por su destreza en el empleo del hacha. Mientras algunos de nosotros la descabezábamos rápidamente por el uso desmedido de la fuerza, don Lucho se lucía, practicando los cortes con gran precisión sin requerir un esfuerzo excesivo. Una noche me encontraba cumpliendo turno de imaginaria (3) mientras ya dormían todos mis compañeros, cuando divisé la luz de un cabo de vela alumbrando en una de las literas. Me acerqué a indagar lo que ocurría y encontré a don Lucho que permanecía despierto acostado en su cama, leyendo una carta. Ese día nos habían entregado correspondencia, y Corvalán recibió una misiva enviada por su hijo Luis Alberto que permanecía detenido en el campo de concentración de Chacabuco. La carta había recorrido el país de extremo a extremo llegando finalmente a su destinatario. Don Lucho la releía una y otra vez mientras una lluvia copiosa azotaba sin piedad las calaminas de nuestra techumbre. Intentaba escudriñar algún mensaje oculto que pudiera haber salvado las censuras a las cuales se sometía nuestra (3 Imaginaria: En el lenguaje de la Armada, la persona que hace turno de noche. En nuestro caso, encargado de alimentar permanentemente la estufa con leña, a fin de evitar que se apague. Hacíamos un turno de 10 de la noche hasta las dos y otro hasta las seis de la mañana.) correspondencia. Me la dio a leer por si yo cachaba algo. No descubrimos sino el amor y el respeto de un hijo por un padre ejemplar. Corvalán se mortificaba experimentando algún sentimiento de culpabilidad, a raíz de la suerte corrida por su hijo, mezclado con el orgullo de saberlo un jotoso abnegado y consecuente.
Conversamos largo rato respecto al golpe militar, y recuerdo que –con la ingenuidad política que me suele caracterizar- le manifesté lo siguiente: “don Lucho, no se preocupe. Esto no puede durar más de un par de años”, a lo cual él replicó con increíble don de vaticinio: “Te equivocas Miguelito. Esto no dura menos de quince años”. Nunca olvidé el ojo de don Lucho para juzgar – a pocos meses del 11 de Septiembre del 73- la profundidad del golpe recibido. El 8 de Mayo de 1974, a las tres de la mañana, irrumpió violentamente en nuestra barraca el capitán, Zamora, comandante del campo de concentración en ese momento. Nos ordenó empacar todas nuestras pertenencias y prepararnos para viajar. Formamos en el patio aún de noche, muertos de frío, iluminados por los faros de un par de camiones después de acopiar bultos y maletas en un rincón. Zamora solicitó dos voluntarios para cargar todas nuestras pertenencias en uno de los camiones. Nos presentamos Jaime Concha y yo, pero con su voz destemplada como siempre, Zamora gritó: “A ver,…que se sume el flojo de Corvalán”. Comenzaba a clarear cuando terminamos de cargar el vehículo y los tres estibadores recibimos la orden de encaramarnos sobre los bultos, además de dos conscriptos unidos a nosotros en calidad de vigilantes. Así iniciamos el viaje rumbo al aeródromo de la Isla, situado a varios kilómetros de distancia. Viajamos tendidos sobre bolsos y maletas, a los cuales nos aferrábamos con desesperación, zarandeados sin piedad por las sacudidas del camión. Llegamos al Río Negro, que normalmente traía un hilillo de agua, pero a raíz de lluvias copiosas originadas durante la noche, el caudal había crecido en tal forma que el conductor se vio obligado a buscar forma de vadearlo. Encontró finalmente un lugar por donde cruzar cuidadosamente y llegamos a salvo al aeródromo donde bajamos la carga. Allí permanecimos custodiados por los guardias en espera del arribo de nuestros compañeros, que demoraron largo rato hasta aparecer exhibiendo un aspecto lamentable ya que el perverso Zamora los hizo marchar desde el campo, obligándolos a vadear el río Negro con serio riesgo para sus vidas. Debieron despojarse de zapatos y calcetines, y armar una cadena humana para evitar ser arrastrados por la corriente del río, cruzando el torrente con el agua hastala cintura. Fue la última de las vejaciones inferida por el psicópata de Zamora. En todo caso, respecto a don Lucho, le salió el tiro por la culata, ya que al tratar de agraviarlo ordenándole unirse a los cargadores del camión, lo salvó del remojón y de las llagas en las plantas de los pies, sufridas por el resto de nuestros compañeros en una travesía bastante riesgosa. A su llegada a Santiago, el grupo de los presos dawsonianos fue enviado por un par de meses a diferentes recintos de las fuerzas armadas hasta ser nuevamente reunidos en Julio de 1974 en Ritoque, (4) Allí cambió nuestro régimen como prisioneros de guerra. Dejamos de estar incomunicados y de efectuar trabajos forzados, pudimos recibir una visita semanal de los familiares y mejoraron la alimentación y las acomodaciones. Desarrollamos diversas iniciativas de análisis y estudio sobre lo ocurrido y el futuro del movimiento popular, rendimos un homenaje a Neruda con ocasión del primer aniversario de su fallecimiento, algunos se dedicaron a perfeccionar su conocimiento sobre idiomas extranjeros, y participamos en varios eventos culturales impulsados por otros compañeros detenidos en el mismo campo. Don Lucho se esmeró en mejorar su conocimiento de la lengua francesa. Estábamos recluidos en Ritoque cuando Radio Moscú anunció en Abril de 1974, que la Unión Soviética había otorgado el Premio Lenin de la Paz a Luis Corvalán, distinción celebrada con gran alegría por todos los prisioneros.
Años más tarde, al arribo de don Lucho a Moscú, se materializó la entrega de ese premio, que incluía junto con la medalla, la suma de veinticinco mil dólares. Corvalán resolvió remitir el dinero “a la Vicaría de la Solidaridad, a través del Consejo Mundial de Iglesias, con el expreso deseo de que pudieran servir de modesta ayuda para la atención de los familiares de los presos políticos.” (5) De vez en cuando, alguno de los confinados en Ritoque era trasladado temporalmente al campo de detención de Tres Alamos, ya sea para prestar declaración en los juicios entablados por la Junta Militar, o por otros motivos. En Mayo de 1975 se decretó mi expulsión del país y fui enviado a Tres Alamos para coordinar los trámites previos a mi viaje. Allí me encontré con don Lucho, que permanecía encerrado sólo en una pequeña sala de tres por tres metros habilitada como celda con cerrojo de seguridad, cuyo mobiliario consistía solamente en un par de literas dobles. A Corvalán le habían traído un pequeño aparato televisor, con una radio disimulada en el equipo, apta para escuchar onda corta y larga. Todas las noches, en medio del mayor sigilo, manteníamos encendido el televisor sin sonido, a fin de escuchar Radio Moscú. Lucho se había especializado en trabajar la onda, como le decíamos nosotros, es decir, sintonizar cuidadosamente la frecuencia de Radio Moscú en un volumen bajo, a fin de evitar ser sorprendidos por los guardias. De vez en cuando se debilitaba o se nos perdía la onda, y Lucho volvía a recuperarla girando el dial pacientemente, mientras permanecíamos con una oreja pegada al aparato. Así pudimos enterarnos de la preocupación mundial por la suerte de Corvalán, ya que se ignoraban las causas de su traslado a Tres Alamos, y circulaban alarmantes rumores respecto al estado de su salud. Efectivamente don Lucho permanecía privado de la atención médica necesaria, padeciendo un serio malestar estomacal que no recuerdo y afectado por una infección dental muy molesta, (4 El gobierno de Allende construyó 14 Balnearios Populares a lo largo de Chile, destinado a servir como lugar de vacaciones para los trabajadores. Después del golpe militar dos de ellos se habilitaron como centros de detención: Ritoque y Puchuncaví. El resto se entregó a las diferentes ramas de las fuerzas armadas o simplemente se vendió a privados. 5 Luis Corvalán: “De lo vivido y lo peleado”. Memorias. Lom Ediciones 1997.) Seguíamos ambos recluidos en ese recinto, cuando se confirmó la fecha de mi expulsión. Consciente del estado de su salud y preocupado por dejarlo sólo, resolví hacerle un retrato lo más detallado posible a fin de registrar su situación en la eventualidad de un desenlace imprevisible. Fue el último de los dibujos realizado durante mi paso por los campos de concentración, que ejecuté con cierta dosis de nerviosismo, por el temor de dejar a Lucho expuesto a algún agravio sin testigo presencial. También porque ignoraba como podría sacar mi retrato eludiendo los allanamientos. Anita resolvió finalmente este asunto con un ingenio y aplomo admirables Allí está el dibujo, cuyo original pertenece hoy al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. Lucho está sentado en la litera, con un jockey y su tradicional chamanto de vicuña cubriéndole los hombros. Está leyendo el Conde de Montecristo, obra del novelista Alejandro Dumas en su versión original, lectura autoimpuesta para mejorar su dominio de la lengua francesa. En el dibujo detallo todos los objetos depositados sobre el cajón que nos servía de velador: el famoso reloj cadena que don Lucho lucía invariablemente en uno de los bolsillos de su chaleco, el choquero utilizado para beber café o tecito, un paquete de cigarrillos Richmond, la lámpara de velador traída por mi cuñado, una tapa de frasco utilizada como cenicero y otros artículos. Estampé la fecha: ocho de Junio de 1975. Cuando Lucho lo vio terminado, examinó el dibujo atentamente y con un ojo bastante certero resumió su opinión afirmando: “Te resultó bastante bien, pero el pie izquierdo te quedó mas o menos nomás” Tenía toda la razón. Al llegar al exilio me había propuesto rectificarlo, pero después decidí conservarlo tal cual en beneficio de la memoria histórica y mantuve el defecto advertido por el ilustre modelo. Así fue como el dibujo dio la vuelta al mundo. Se imprimió en afiches, tarjetas portales y escarapelas que circularon por tantos lugares, exigiendo la libertad de nuestro inolvidable camarada y amigo.
Tras su liberación en 1976, don Lucho fue requerido desde los cuatro rincones del planeta para dar su testimonio sobre la situación chilena. El aplastamiento sangriento de la innovadora experiencia llevada a cabo por el gobierno de la Unidad Popular, el trágico fin del Presidente Allende y la magnitud de los crímenes y atropellos a los derechos humanos cometidos por la Junta Militar conmovían a la humanidad, generado un movimiento de solidaridad internacional de inmensa magnitud. Corvalán fue recibido por las autoridades políticas y sociales de casi todos los países europeos, visitó Cuba y otras naciones latinoamericanas, así como algunos países de Asia y Africa. Su figura se convirtió en bandera del movimiento de solidaridad internacional. En 1978 viajé a Moscú invitado por la Dirección del PC en el exterior, a fin de coordinar algunas tareas del exilio. Me recibió en el aeropuerto una joven soviética encargada de servir como traductora a nuestros compañeros, quién me trajo en automóvil hasta el hotel del Partido comunista soviético, donde hospedaría durante mi estadía en la capital moscovita. Me encontraba registrando el ingreso al hotel, cuando la traductora me señaló con cierto aire de solemnidad. “¿Ve esa puerta?.... Por allí entran los compañeros Secretarios Generales” ¿Cómo?… contesté yo. ¿Por allí entra Corvalán” “Naturalmente”, replicó ella. Afirmación que repliqué irónicamente desconcertando a la hermosa pirivoshnik ( 6 ): “De manera que mi Secretario General ingresa por allí y yo entro por la puerta de servicio” Recordé entonces mis visitas a la sede del Comité Central del PC chileno situada en el segundo piso de una vieja casona de calle Teatinos 416, esquina de Compañía (7). Al subir por una elegante escalera de madera construida en piezas de caoba con balaustres tallados finamente, se desemboca en un amplio hall central, al cual dan numerosos recintos. En el costado sur, estaba la oficina de don Lucho, y la recuerdo con la puertas abierta permanentemente, enfrascado en la lectura de los periódicos o redactando algún documento Jamás debí solicitar audiencia para hablar con nuestro Secretario General. No recuerdo en el Partido Comunista chileno rasgo alguno de culto a la personalidad, como conocimos en la Unión Soviética. No recuerdo conductas autoritarias de ninguno de nuestros dirigentes de la vieja guardia. Todos se caracterizaron por su sencillez, además de su integridad moral, aún en los tiempos de su mayor esplendor. En septiembre de 1980, los miembros del Secretariado del Coordinador del Partido Comunista en Dinamarca, fuimos invitados a asistir a un acto programado en un teatro de Estocolmo, durante el cual don Lucho haría pública una declaración trascendental. Así fue como tuvimos la primicia de escuchar el llamado del PC a tomar el camino de la rebelión popular en Chile y hacer uso de las más diversas formas de lucha para recuperar la democracia. Pinochet acababa de imponer su espúrea Constitución Política mediante un plebiscito fraudulento, realizado sin Registros Electorales, y cundía la desesperanza entre los chilenos ante la expectativa de tener por delante otros 10 años bajo el imperio del dictador. (6 Pirivoshnik: Traductor en lengua rusa. 7 Teatinos 416: La mansión se mantiene tal cual hasta el día de hoy, pero con un alto grado de deterioro.) La intervención de Lucho fue muy fundamentada, como siempre ocurría con sus informes y levantó una ovación conmovedora con una mezcla de aplausos y llantos. El llamado nos elevó el ánimo hasta las nubes. Un año más tarde, en Septiembre de 1981, representantes de todos los partidos de la Unidad Popular adhirieron públicamente a este manifiesto, declarando que “el implacable empeño de la dictadura por afianzarse mediante el terror, legitima plenamente el derecho del pueblo a la rebelión” (8)
Corvalán retornó clandestinamente a Chile en 1983, año en el cual se iniciaron las protestas contra el régimen que cada vez adquirieron mayor fuerza. Comenzaron a multiplicarse los cacerolazos primero en Santiago y después en todo el país. Las poblaciones levantaron barricadas y fogatas. El propio dictador confirmó la existencia de un cordón de fuego rodeando la capital al sobrevolar la ciudad en un helicóptero durante la protesta de Octubre de 1985. Se produjeron sucesivos apagones de luz, aplaudidos por la inmensa mayoría de la población, dejando a obscuras gran parte del territorio nacional. Las movilizaciones estudiantiles lograron la expulsión de Federichi, rector de la Universidad de Chile, e impusieron la elección libre de sus organizaciones. Los diez años de la muerte de Neruda se recordaron con un acto en el Teatro Caupolicán, congregando a los más altos valores de la cultura nacional.
La rebelión popular estaba en marcha y había arrinconado al dictador. El imperialismo yanqui fue el primero en advertir los riesgos de un cambio político verdadero en Chile. Cambió a su embajador y propició al igual que la Iglesia Católica, alguna fórmula que permitiera una transición a un régimen democrático a lo gato pardo, aislando al Partido Comunistas y a otras organizaciones políticas de izquierda, cuyas luchas habían puesto en jaque a la dictadura. El frustrado atentado contra Pinochet y el descubrimiento del arsenal de armas ingresado clandestinamente por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, precipitaron la división de las fuerzas democráticas. Así nació la Concertación que administró el país durante los veinte años, que sucedieron al término del mandato del dictador. El XV Congreso del Partido Comunista realizado en Mayo de 1989 y la Conferencia Nacional efectuada en Junio de 1990, sancionaron un cambio radical en la dirección del Partido. Don Lucho continuó siendo miembro del Comité Central, con responsabilidades menores en las tareas del Partido. Se dedicó a escribir sus memorias, y así dieron a luz libros como De lo vivido y lo peleado”, “Los Comunistas y la Democracia”, y “El gobierno de Salvador Allende”. Fue bajo la conducción de don Lucho, que el Partido Comunista logró impulsar un movimiento social y político capaz de alcanzar el poder en Chile y de llevar a cabo las revolucionarias transformaciones efectuadas por el gobierno de Salvador Allende. La humanidad entera dirigió sus ojos hacia este apartado rincón del planeta, donde tenían lugar profundos cambios económicos y sociales por una vía tan singular. Este ejemplo perdura en la memoria histórica de los pueblos, siendo Luis Corvalán uno de sus protagonistas fundamentales. (8 Luis Corvalán: “Los Comunistas y la Democracia. Lom Ediciones. 2008.) Nos dejó hace dos años. Personalmente perdí a un amigo y camarada, además de un maestro excepcional. Miguel Lawner. Santiago, 21 de Junio 2012.