jueves, 29 de septiembre de 2011

José Miguel Varas y Miguel Lawner una amistad de 68 años




VARAS

Querido hermano, entrañable camarada y amigo:

Sacando cuentas serían al menos 68 los años en los cuales compartimos la amistad y los ideales. Nos conocimos a comienzos de los cuarenta en el viejo Instituto Nacional, donde ambos recibimos la admirable formación entregada entonces por la educación pública chilena.

Además de las aulas, nuestras inquietudes juveniles se canalizaron en instituciones como la Academia de Letras, cuyas reuniones tenían lugar en la biblioteca del Liceo, recinto donde un lote de audaces adolescentes osaba leer sus primeras creaciones literarias.

Tu llegabas a cada sesión siendo portador de un nuevo relato, que leías con el rostro imperturbable de siempre, desatando invariablemente un coro de carcajadas.

Dejaste un recuerdo tan imborrable en esa Academia institutana, que ayer llegó a la casa de la Hormiga una delegación de sus actuales integrantes, muchachos que hicieron un alto en la lucha, para testimoniar su gratitud por tu legado que se identifica con sus actuales demandas. .

Al egresar del colegio, iniciaste muy joven el periodismo, sin abandonar tu precoz carrera literaria, combinada con el trabajo de locutor de radio, sacando partido a tu fino timbre de voz barítono.

Son los años en que comenzó a tejerse el grupo de amigos que caminaríamos tan estrechamente unidos a lo largo de la vida, compartiendo la amistad y los ideales por construir una sociedad más justa. Algunos como tu ingresaron a las filas del Partido Comunista. Otros no militaron, pero ninguno escatimó esfuerzos en la tarea de construir paso a paso el movimiento popular que desembocó en el triunfo de Salvador Allende como Presidente de la República.

En ese proceso jugaste un rol relevante. Desde las trincheras del diario El Siglo y la revista Vistazo, orientaste la dirección de los misiles contra las injusticias, las discriminaciones y el sometimiento a los dictados del gran capital. Nunca hiciste concesiones por lo cual sufriste más de algún carcelazo y relegación.

El periodismo nutrió tu obra literaria. Te alimentó con el conocimiento del mundo popular; con los trabajadores y con tantos hombres y mujeres que la mayoría de los narradores desestima como protagonistas de sus obras. Nos hiciste amar a un faquir, a un vendedor de tren, a la dama del balcón, al cabro que aseguraba haberle visto el ojo a la papa, a la Huachita, un quiltro abandonado en Calama, o a un Gato muy dado a su idea. Caminaste por los barrios populares, nos hiciste amar las casas en ruinas de calle Matucana o la humilde caleta de pescadores que inventaste en Varazón. Tu obra enriqueció la identidad de los chilenos y nuestra diversidad cultural.

El golpe militar te llevó hasta la Unión Soviética donde asumiste la dirección del programa radial Escucha Chile, emitido por dos horas, cada día mientras la dictadura se mantuvo en el poder.

Tu voz junto a la de Volodia, Katia y otros compañeros, acompañó a millones de chilenos dentro y fuera de Chile. A hurtadillas siempre fue posible oírte en Isla Dawson, como en Puchuncaví o Tres Alamos. Escucha Chile nos trajo la verdad, sistemáticamente tergiversada por la dictadura, infundiéndonos fuerza y ánimo para soportar tantos crímenes y vejaciones. No hay metro que pueda calibrar la colosal contribución de ese programa, del cual fuiste un conductor abnegado y ejemplar.

Retornado a Chile, pudiste dedicar más horas a la creación literaria sin abandonar del todo el periodismo. Empezaste a hurgar en los recuerdos para entregarnos con un humor más maduro, relatos tan atractivos como Las Pantuflas de Stalin o diversos episodios vividos junto a Neruda, que nos permitieron conocer una suerte de lado B de nuestro ilustre vate.

Aguardábamos con ansiedad el lanzamiento de un nuevo libro. El evento carecía de su habitual solemnidad porque como de costumbres partías tomándonos el pelo, al relatarnos, con absoluta seriedad, tu encuentro casual en la víspera con un viejo condiscípulo del Instituto Nacional, que te enrostraba tus presuntas ingratituides. Así hasta el próximo lanzamiento, cuando reaparecía el mentado compañero de curso, con una nueva andanada de reproches.

En los últimos años creció tu renombre. Se multiplicaron las invitaciones a encuentros, entrevistas, seminarios y presentaciones de libros. Podría decirse que estabas acosado y te costaba rehusar tantas solicitudes. Este cuadro era un reflejo del prestigio originado por tu obra literaria.

Tu hogar junto a Iris, fue el lugar de los encuentros. El sitio natural para congregarnos en torno a algunos tragos, sabrosas especialidades culinarias caseras y pláticas, siempre condimentadas con tu humor infinito. Así fue en Moscú como en Santiago.

Has tenido una despedida multitudinaria como debía ser. El hogar de la Hormiga se hizo estrecho para acoger a todos quienes deseaban decirte adiós. Paulo y Silvia, tus incondicionales editores de LOM, adornaron la casa con un retrato de gran tamaño desde el cual nos miras esbozando una leve sonrisa, algo irónica. Se multiplicaron las ofrendas florales y los mensajes de despedida.

Difícil reemplazarte tovarich Varas. Haremos lo imposible por rodear a Iris, tu digna compañera del amor que le brindaste durante largos años de un matrimonio ejemplar. Lo mismo haremos con tus hijas Andrea y Mariana, como con Ana Iris, Cristina e Inés; con tus nietos y yernos, sin olvidar de reemplazarte en la tarea inconclusa de desentrañar la muerte de tu cuñado René Largo Farías, misión en la cual seguías empeñado hasta tus últimos días.

Adiós José Miguel Varas Morel… un tenaz como pocos.

Miguel Lawner, 26 de Septiembre de 2011.