domingo, 1 de noviembre de 2009

LUIS ALBERTO CORVALAN SIGUE VIVO Y LUCHANDO EN EL CORAZON DEL PUEBLO CHILENO



Recordados:

Por el Pepe Sekal nos llegó la nota de Viviana informando de la presentación de querella por torturas a Luis Alberto Corvalán,que se efectuó este reciente viernes 30 de octubre por iniciativa de Ruth Vuskovic. He revisado el portal del PC, otros y diarios, pero no he visto ninguna nota sobre el hecho.
De todos modos, la figura y el recuerdo de Luis Alberto sigue vivo. En relación a esa demanda y como gesto solidario, va este texto.
Un abrazo grande y fuerte para don Lucho, Lily, María Victoria, y toda la familia,
de Ligeia y Guillermo Ravest.

LUIS ALBERTO Y SU
LEGADO POR LA VIDA


A 36 años de su muerte 26 de octubre de 1975), apresurada por las feroces flagelaciones que le aplicaron durante su detención en el Estadio Nacional, la sonrisa de Luis Alberto Corvalán ha regresado para iluminarnos. Ella nos recuerda que tal como la tortura es un delito imprescriptible, la dignidad, el respeto al ser humano y la solidaridad son atributos inextinguibles.

Por un correo fraternal supimos que familiares, amigos y camaradas presentaban una querella judicial contra quienes ordenaron y practicaron las torturas que precipitaron su deceso. No estuvieron solos. El propio Luis Alberto, hijo de quien fuera Secretario General del PC, legó su testimonio, el que seguramente fundamenta las causales de este indispensable intento de reparación.

Tras salir maltrecho de aquella primera cárcel masiva donde se aherrojó a miles de chilenos sindicados como “enemigos internos” por los golpistas, el vigor de sus 28 años y de sus convicciones mantuvo su entereza. Tampoco ella pudo ser doblegada con su casi inmediata reclusión en el campo de concentración de Chacabuco, donde permaneció once meses, desde Octubre de 1973.



Luis Corvalán, en su libro de memorias De lo Vivido y lo Peleado, recuerda sobriamente a su hijo: “En tanto salió en libertad fue a verme a Ritoque en donde yo me encontraba (preso). Eso fue a fines de 1974. Partía a México para reunirse con Ruth (su esposa) y Dieguito (su hijo), que aún no cumplía dos años. Me habló de todo, menos de las torturas que recibió en el Estadio, de las que vine a saber después por los relatos de Samuel Riquelme, Rodrigo Rojas y otros de sus compañeros de prisión y por el testimonio escrito que entregó personalmente en Ginebra a la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas”.



El Informe Rettig incluye a Luis Alberto entre los miles de chilenos torturados. Y la tortura no solo victima a quien la sufre. El suplicio también irradia sus tentáculos hacia su familia, sus compañeros, el entorno social, tal como lo enseñan los perversos manuales de la Escuela de las Américas (disfrazada hoy bajo el adulcorado título de Instituto para la Cooperación y la Seguridad del Hemisferio Occidental), y que bien lo saben soldados y policías que allí aprenden y perpetran sus técnicas, ayer y hoy.

Luis Alberto dejó detallados pormenores de las continuas y brutales flagelaciones, las aplicaciones de electricidad, las reanimaciones para proseguir las torturas. Cualquier chileno con un nivel normal de ética puede inferir el sufrimiento de Luis Corvalán cuando posteriormente pudo leer el testimonio de su hijo donde describe las sucesivas sesiones en la sala de “interrogatorios intensivos” a las que fue sometido:



“-¿Dónde está tu padre, hijo de puta? ¿Cuáles son las caletas donde se esconde? ¿Dónde tienen escondidas las armas? ¿Quién dirige el Plan Zeta? Da nombres. Colabora o te fusilamos. Ningún comunista o hijo de comunista merece estar vivo”.

Sus torturadores, asimismo, querían que Luis Alberto dijera haber recibido instrucción militar en Cuba, conocido el Plan Zeta y que el PC tenía arsenales de armas. “No lo consiguieron. Ese documento sigue sin firma”, reconoce orgulloso en su testimonio Luis Alberto Corvalán, según recuerda su padre.

Ya exiliado, Luis Alberto dedicó íntegramente su vida a colaborar en la campaña internacional de solidaridad con las víctimas de la dictadura y por la libertad de su padre. En ese tiempo también redactó su libro Escribo sobre el dolor y la esperanza de mis hermanos.



Aún guardamos el inolvidable sabor humano de la última vez que pudimos disfrutar la cercanía juvenil de Luis Alberto. Fue a comienzos de 1975 en Moscú. Algún cumpleaños fue motivo del encuentro fraternal de los periodistas que trabajábamos en los programas “Escucha Chile” y “Radio Magallanes”. Y allí llegaron Viviana Corvalán y José Sekal. Traían como “paracaidista” a Luis Alberto, su hermano y su cuñado. Venía llegando de Sofía, donde vivía y seguía perfeccionándose como ingeniero agrónomo. Disfrutamos de las impajaritables empanadas para rememorar los sabores de la patria lejana. La presencia de dirigentes como Volodia Teitelboim y Orlando Millas, aunque ellos no lo quisieran, la daba cierta seriedad a la cita. Hasta que se fueron.

Entonces conocimos el gracejo despercudido, gracioso, surtido en dichos populares de Luis Alberto. Todos habíamos perdido algo: familiares. lugares, ciudades, trabajos, compañeros. Pero nuestro amigo tampoco se había quedado perplejo en la reciente lacerante memoria. Dejaba fluir la vida y el disfrute de la fraternidad. A la mañana siguiente un Luis Alberto serio, comprometido, ya nos surtía de entrevistas y testimonios para nuestros programas que se irradiarían a Chile; participaba en incontables actos para exigir la libertad y la integridad de las víctimas de la dictadura, incluyendo a su padre; o en conversaciones con los estudiantes chilenos de la Universidad Patricio Lumumba ayudando a sobrepasar penas personales y nostalgias del terruño para convertirlas en la más ardiente solidaridad con el Chile combatiente.

Han transcurrido más de tres décadas de su partida, pero en todas ellas Luis Alberto no estuvo ni está solo.



Aunque alejados del país con Ligeia, mi compañera, el prodigio del Internet nos acerca a él, a sus inquietudes. En dos o tres ocasiones, recibimos mensajes o reenvíos de textos de compañeros lejanos sobre los inicios de una campaña solidaria para allegar más antecedentes para la querella criminal que acaba de ser presentada a los tribunales a favor de Luis Alberto Corvalán. Alcancé a imprimir algunos breves mensajes destinados a Ruth Vuskovic y a Viviana Corvalán que nos reenvió la Asociación Salvador Allende que agrupa a los exiliados y autoexiliados chilenos en México. En ellos amigos o compañeros de su paso en el Estadio Nacional y el campo de concentración de Chacabuco, en calidad de testigos de las sesiones de tortura o de sus efectos, reiteran: “irán mis datos para refrendar la querella”, “puedo ir a declarar”.



Algunos cuentan detalles estremecedores de esas sesiones de torturas. Varios siguen viviendo en los países de su exilio. No los identificaremos. Para reiterar que la solidaridad, la dignidad y la verdad son valores que, pese a todo, siguen vigentes tras casi cuatro décadas de pinochetismo, sólo mencionaremos simplemente sus nombres: Mino, Guillermo, Mario, Julio, Manuel, Tía Emilia (pseudónimo de un preso político de Chacabuco, ganado por la calidad del arroz graneado que preparaba en la cocina común), Sandra, Cecilia, Nelly, Nelson, entre otros.

Como dice Viviana Corvalán en una breve invitación a solidarizar con los familiares que presentaron esta querella, “ha llegado el momento de ayudar a sanar heridas… No paremos de vivir y soñar”. La estirpe Corvalán sigue presente. Luis Alberto y tantos y tantos, merecen seguir acompañándonos en esta lucha y en estos sueños…

Guillermo Ravest Santis.