Katya
Queridos colegas. Amigos, amigas:
Me he quedado con la sensación de que este homenaje debió hacérsele a Katya, en vida. Miles de nosotros dimos la vuelta al mundo agradeciendo a tantos que nos ayudaron, que nos apoyaron ,que nos salvaron, en los años de la dictadura. Pero sin duda, no le dimos a Kathia, el agradecimiento masivo que se merecía. Tal vez partió sin saber hasta qué nivel su voz y su nombre estaban para siempre esculpidos en nuestros corazones. Brindarle un homenaje a Katya, es en la retrospectiva, hacer un homenaje a la Radio Moscú, a lo que significó para cientos de miles de chilenos.
La radio tiene la magia de producir cercanía. La voz del locutor se mete en las alcobas, en las cocinas, en la piel de los oyentes. Ningún medio de comunicación ha logrado producir esa familiaridad, ese vínculo. Pero si esta circunstancia es válida para las radioemisoras de cualquier signo, para un pueblo entero que hizo de Radio Moscú, su fuente fundamental de información y de esperanza, sus programas, sus noticiarios fueron mucho más importantes todavía. Fue mucho más cercana y familiar.
Si cerramos los ojos, y nos concentramos, todavía podemos escuchar la voz cálida y potente de Katya anunciando el acontecer de la Resistencia, denunciando los atropellos de los servicios de Inteligencia. A través del éter, llegaban los nombres de los prisioneros, se denunciaban los falsos enfrentamientos, se conocían las formas que tomaban las expresiones de la solidaridad internacionaL Así supimos que no estábamos solos, que un gran gigante humano que tocaba todos los continentes, apoyaba a los resistentes, repudiaba al régimen y lo aislaba.
Nunca un medio de comunicación fue tan importante para un pueblo oprimido. y las voces que nos llegaban fueron tan hermanas, tan esperadas, tan aceptadas y creídas. En los campamentos carcelarios de mujeres, escuchar a Radio Moscú, escuchar a Katya, era un imperativo cotidiano. En medio de la oscuridad de una celda, estaba su voz junto a nosotras, cada noche. La compañera de turno escuchaba, escribía y luego se comunicaba a la comunidad de prisioneras, lo que la radio decía que estaba ocurriendo.
Recordamos aquel aciago día de 1975, cuando a través de las emisoras permitidas por la dictadura, se dio a conocer la lista de los 119 compañeros detenidos desparecidos, a quienes se presentaba como muertos en reyertas intestinas por supuestas diferencias políticas, y fuera del país. Para nosotras ese día fue muy amargo. En esa lista aparecía el padre, el hermano, el amigo, el camarada, la pareja. Hasta entonces cada una de nosotras tenía la esperanza de que estuvieran en una cárcel remota, tal vez en una isla, a lo mejor en otro país, prisioneros y vigilados por otras dictaduras. y ese día la esperanza recibió un guadañazo final.
En medio de abrazos solidarios, llanto y gritos salidos de las entrañas, tuvimos que aceptar que esa era la forma en que Pinochet nos decía que no siguiéramos buscando a los nuestros, porque los detenidos desaparecidos ya no estaban con vida. Esa noche cercamos la pequeña radio portátil para escuchar a radio Moscú, y esa noche, y la siguiente, hasta que a través de las ondas, fuimos armando el montaje de los dinos, la aparición por una sola vez, por solamente un número, del diario O'Día de Brasil y la burda conspiración entre servicios de inteligencia de países vecinos. Buscaron en ese gesto desesperado, intentar sin éxito, explicar lo inexplicable. En lo personal, tengo una deuda de gratitud inmarcesible con la radio Moscú.
Eran los días de mi secuestro en Villa Grimaldi, días de espanto, de repensar la civilización, con su regreso a las cavernas. y uno sentía la soledad del anonimato de esa estancia, y se temía la muerte sin testigos. Sin que los padres, los hermanos, el hijo, supieran jamás lo que allí ocurrió. Era el tiempo en que uno enfrentaba la posibilidad de morir sin dejar huellas. Una muerte sin rastros, sin dolientes, sin acompañamiento, sin flores, sin palabras de amor, es como una doble muerte.
Y allí en la Torre, retorcida por los espasmos, escuché unos golpes en la pared, una voz, mi nombre. Desde la celda vecina, llegó la voz de un prisionero recién detenido. Compañera, compañera, hay una campaña denunciando que usted está aquí, en la Villa Grimaldi. Que está muy mal de salud. Lo escuché anoche en Radio Moscú.
Eran los primeros días de marzo de 1975, y todo se hizo más cálido. Pude ver el sol a través del vendaje de mis ojos, y nunca me parecieron más perfumadas las rosas de la Villa. Los susurros de los prisioneros que estaban en el patio, cuando me bajaron al baño, me parecieron como el suave coro de una dulce melodía. Ya no habría anonimato. Pasara lo que pasara, lo sabrían los míos. Ya no existiría una doble muerte.
La voz de Katya aún sin escucharla, llegaba a mis oídos en los momentos más aciagos de mi existencia, para disolver un fantasma. y la bendije y desde lo más profundo del ser que vive una situación límite, bendije a todos los que hacían posible que radio Moscú existiera y pudiera llegar con su potencia hasta nuestros oídos, pasando la palabra de boca en boca, hasta hacer el mensaje multitudinario.
Fueron muchos los momentos en que a partir de allí y durante el tiempo de prisión que compartimos con mis hermanas en Tres Alamos y en Pirque, en que la voz de Katya llegó a nosotras con su fuerza y su belleza.
A mediados de 1976 fui sacada del campamento de mujeres. Me separaron de mis hermanas, como castigo. Y fuí llevada al segundo piso de la casona de la Comandancia donde estaban los compañeros Luis Corvalán, Julio Palestro y Daniel Vergara. Era vecina de ellos, pero no podía hablarles. Dos uniformados cuidaban mi puerta para que nadie se acercara. Para ducharme ,compartía un baño con ellos, en que había un viejo y desvencijado refrigerador, con algunas verduras en su interior.
A Don Lucho se le ocurrió crear un correo escrito entre nosotros, que escondíamos entre las hojas del repollo. En aquellos meses de incomunicación, mi única conexión con el mundo era un boletín que diariamente don Lucho, escribía para mí, con las noticias que Radio Moscú había entregado la noche anterior. Una vez más y así, hasta el día en que fui expulsada al extranjero, me llegaba la voz de Katya, aún sin escucharla.
Compañera Katya:
Para nosotras estarás Presente ahora y siempre. Tu voz no se apaga con tu partida, porque volverá a potenciarse cada vez que un pueblo necesite de una voz cálida y comprometida como la tuya, que le informe y le dé esperanzas. Aparecerán una y otra vez, otras Katyas hasta que el hombre sea capaz de construir sociedades justas, con igualdad de oportunidad para todos y con respeto por la voluntad de los pueblos.
Muchas gracias.
GLADYS DIAZ, PERIODISTA, PRISIONERA DE VILLA GRIMALDI
HABLANDO EN EL ACTO DEL TEATRO CAMILO HENRIQUEZ
EN HOMENAJE A KATIA OLEVSKAYA, LOCUTORA DE RADIO MOSCU
sábado, 4 de julio de 2009
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